El canto fue la primera expresión musical de la humanidad. Nació seguramente al mismo tiempo que el habla y pronto se le unirían diversos instrumentos musicales para ensalzarlo, para acompañarlo y darle sustento armónico y rítmico. Es habitual escuchar a bebés entonar pequeñas cantinelas antes incluso de pronunciar sus primeras palabras. Y no nos equivocaremos al afirmar que cualquier instrumento, ya sea de cuerda, viento o percusión, hace esfuerzos por parecerse, aunque solo sea un poco, a la voz que le dio génesis.
Desde finales del siglo XVI, en algunos de los principales centros musicales europeos, se fue fraguando una generación de músicos única en la historia del arte occidental. Ávidos por dar rienda suelta a su creatividad y por comunicarse a través de sus instrumentos, tomaron como punto de partida motetes y madrigales de los maestros del pasado y les dieron nueva forma y ornamento, transfigurando con sutileza y elegancia algunas de sus líneas, creando discursos melódicos que se emancipaban de un mero rol polifónico para cobrar vida propia. No perderían estas melodías la flexibilidad de la voz humana que les daba aliento. Parecía que siempre hubieran existido, que las obras de las que emanaban habían pasado a un segundo plano. Este estado de gracia de la creación melódica, esta transfiguración musical, puede considerarse como el nacimiento de la música instrumental tal y como la conocemos hoy en día.
Inspirados por la sensibilidad de estas composiciones y por la sencillez con la que nuestro instrumento primordial es capaz de transmitir los sentimientos musicales más puros, nace la agrupación VOCE UMANA. Y lo hace de la mano de las melodías de aquella época, de la necesidad de dar vida a los instrumentos históricos con la premisa de imitar en todo momento los melismas y el tacto aterciopelado y suave de la voz. No es casual que uno de los registros del órgano lleve desde hace siglos este mismo nombre y que utilicemos en nuestro grupo el cornetto tenor, emparentado con ancestrales instrumentos de cuerno, así como el serpentón, creado hace medio milenio para fundir su sonido con el canto llano de lejanas abadías. Nuestra meta es transportar al público a aquellos enclaves y momentos del pasado: pónganse cómodos, cierren los ojos y déjense llevar por las historias que les contaremos con nuestra propia voz.
Oscar Abella